“Si estuviéramos en nuestra época, estaríamos preparando las tarteras para ir a trabajar… y ahora me estoy despidiendo de ti para ir a la guerra.” (Outlander)
Cómo pueden cambiar las perspectivas de un día para otro.
Empecé a tomar notas para este post a finales del año pasado, con idea de escribir un resumen de 2019. Todo empezó con una recopilación de fotos de los viajes que nos pegamos esos meses, tras mi salida de Comunica+A. Quería expresar lo afortunada que me sentía por esos viajazos, lo que me había gustado ir a Escocia a un concierto, a Cognac a un campeonato de esgrima, a Las Vegas a un congreso de inteligencia artificial, a esas vacaciones en el Gran Cañón y Las Bahamas. Al final Rod Stewart canceló el concierto, David no consiguió medalla, no me hice rica en la ruleta, ni encontré a Thelma & Louise, ni mucho menos a James Bond. Pero nos sucedieron cosas mucho mejores, que otro día contaré. Y la gente que veía las fotos en mis redes sociales me jaleaba y puteaba a la vez (“¡qué bien te ha sentado el despido, jodía!”). Y parecía que todo mi mundo era ilusión y sorpresa.
Verlo desde la óptica de mis excompis de publi me hizo sentirme de nuevo afortunada, por haber tenido la oportunidad de conocer a casi 300 almas de lo más variopinto, que durante un año me mostraron la otra cara de la compañía, la crudeza de su realidad, la necesidad de mi puesto. Porque yo creí que ya había llegado de casa duchadita y con todas las caídas del guindo hechas, pero no. Resultó que la happyflower que siempre he evitado ser se desintegró del todo durante aquellos meses. Porque lo que parecía el proyecto de mi vida realmente era un espejismo… y el mayor desafío profesional de mi vida. Que me enseñó mucho más que cualquier Máster, no sólo en materia de recursos humanos, sino en integridad personal. Pasaron muchas cosas, que ahora no vienen a cuento, pero por las que he llegado a conocerme a mí misma de formas inimaginables. Aprender a mantener la calma, a no salirme de mi centro, a no perder la serenidad y saltarme los empastes con el bruxismo, a gritar dentro del coche para no repetir las contracturas de las dorsales, a respirar hondo en el baño para no llorar. Aprender a bregar con la impotencia y la decepción, además con una sonrisa de oreja a oreja porque era ‘la Happiness’. Aprender a manejar la rabia.
Pero como las emociones son una fuente inagotable de enseñanzas, tenía otras cuantas aún por experimentar ese año. En mitad de la vorágine de la venta y mi marcha de la agencia, un antiguo cliente de seguros me llamó para tomarnos un café pendiente. Lo que empezó siendo una charla intranscendente pasó a ser una propuesta de colaboración y, después de un par de reuniones de prueba, decidimos asociarnos para algo que a mí jamás se me hubiera ocurrido: poner en contacto startups y proyectos valiosos con inversores dispuestos a apostar por ellos. “Por qué no intentarlo”, me dije, “al fin y al cabo vivo rodeada de emprendedores y es una buena forma de desempolvar mis conocimientos sobre finanzas”. Y lo mejor de todo: para compensar mi cabecita estructurada (casi siempre de más), conocí más en profundidad al tipo más imaginativo y desbordado de conceptos que se escondía bajo lo que yo creía un simple broker. Un genio loco, al estilo del Antoñanzas pero versión buena persona. Y desde entonces, estoy part-time aprendiendo a gestionar la alegría, porque quién dijo que hay emociones buenas y malas, todas necesitan estar equilibradas. Y si no mantengo un balance entre su caos generador y mis expectativas racionales, me vuelvo loca con montañas rusas emocionales.
Y dado que los multipotentialite como él y como yo no podemos estarnos mucho rato quietos, ambos seguíamos compaginando esa aventura del corporate finance con nuestros otros proyectos. Y yo empiezo a darle vueltas, septiembre ya, a una idea que me ha sembrado un compañero de la agencia. La potencia de fusionar lo que ya hacía como Quién Dijo Imposible con todos los recursos extras que he atesorado en el último par de años: economía, bienestar organizacional y tecnología. Y nos ponemos manos a la obra, qué impresionante contar con un Director Creativo para mí sola, qué raudal de insights y qué ideaciones. Y cuando llega la Navidad, ya tenemos listo un bebé que se llamará BenditoLunes y que verá la luz un día singular, el Blue Monday. Que cambiará el concepto que la gran mayoría de españoles tienen sobre los lunes. Que ayudará a las empresas a acelerar sus procesos de adaptación a este mundo VUCA. Que me permitirá hacer lo que más me gusta en el mundo, hablarle a la gente, mientras sigo haciendo lo segundo que más me motiva, apoyarla, desde mi otro planteamiento laboral de M&A.
Pero entonces mi socio de las inversiones y yo tenemos un desencuentro… y yo me encuentro con que pasaba por aquí mi vieja amiga la tristeza. Esa a la que nunca me apetece mirar, pero que este compañero de andanzas me refleja con su propio espejo, para que yo sea capaz de integrarla en mí, abrazarla en vez de rechazarla, como solemos hacer todos con aquello que nos incomoda. Una gran sabia me dijo una vez que hasta que no aceptase el dolor dentro de mí, seguiría doliendo. Y eso nos sigue enseñando a los dos y apuntalando nuestras fortalezas, para ser los mejores partners posibles, entre nosotros y para nuestros clientes.
Qué ironía… la vida se impone cada vez que nosotros, pequeños humanos, tratamos de controlarla. Como cuando la selva de Camboya se traga un templo inmenso llamado Ta Prohm y eso lo convierte en un espectáculo aún más bello. Así que, en medio de mi tsunami de emociones encontradas y en plena tormenta política del geoposicionamiento mundial, se desata la pandemia. Y entonces todo se descontrola y, desde varias sociedades y naciones empezamos a hacernos preguntas y a despotricar. A hacernos acusaciones y a insultar. A leer y escuchar las noticias y a desinformar. Y, de pronto, la locura colectiva va creciendo y para frenar la propagación, Papá Estado decide hacerse cargo, porque los ciudadanos no somos suficientemente maduros. Y nos confinan a todos en nuestras casas, para mantener a raya al virus. Pero no saben, o no quieren verlo, que el contagio más letal no es el del bicho, sino el miedo. Y que ese crece más y más a medida que van pasando los días. Miedo en forma de terror a la muerte, o de preocupación económica, o de hastío familiar, cada cual con su grado y sus neurosis. Miedo, en el fondo, a nosotros mismos. A nuestro vacío interior, a nuestras cloacas de la mente y el alma, a las que nunca nos asomamos porque es mucho más fácil quejarse de las de los gobernantes de turno.
Dicen que lo contrario al miedo no es la valentía, sino el amor. No el amor romántico, de pareja, no el sentimental. Es el amor incondicional, el de la entrega de una madre por sus hijos, de una comunidad sanitaria volcada por entero en un país, el de los amigos reencontrándose (a veces después de años) en unas improvisadas birroconferencias, el de los vecinos aclamándose por los balcones, cuando antes no se saludaban ni en un metro cuadrado de ascensor.
Es ese mismo amor con humor, como reparte mi amiga Yolanda, el que nos salva de tomarnos demasiado en serio, que nos eleva con la risa por centenares de memes ingeniosos, que nos incita reflexiones, que nos hace olvidar por un segundo que estamos encerrados. El que nos cambia la perspectiva.
Porque la perspectiva lo es todo, señores, en momentos como éste. Se puede ser libre también desde un campo de concentración, lo decía Viktor Frankl. Se puede, si recuerdas que siempre, en cada minuto, eliges cómo vivir tu vida. Y que, mientras nos quede un latido, deberíamos intentar que fuera maravillosa.
Bendita Semana Santa, también en cautividad.
Qué hermoso , me ha encantado ???????
Me alegra que te haya inspirado, Martha 🙂
Qué bello viaje nos propones, Elisa, desde las batallas en las que cada uno estábamos “antes de” hasta un presente en que todo aquello parece el dibujo de un pájaro para señalar esta jaula, que a su vez, según cómo la miremos, nos señala el cielo. Muchas gracias por poner toda la carne en el asador.